9 nov 2009

Socialismo y capitalismo a finales del siglo XX

Las últimas dos décadas han arrojado inusitadas sorpresas, entre las cuales la más brutal fue el derrumbe del bloque del Este y de la otrora -en otro tiempo- patria de los obreros y campesinos, la ex Unión Soviética. A este hecho han sobrevenido otros no menos novedosos: la pérdida de protagonismo económico por parte de Estados Unidos y el ascenso de Japón, Alemania y Francia como potencias económicas que amenazan el hasta hace poco indisputado predominio norteamericano; o el surgimiento de un neo-socialismo en el cono sur como respuesta al capitalismo feroz. Estos acontecimientos han marcado las grandes transformaciones de finales del siglo pasado, cuyo rasgo más sobresaliente es el predominio mundial de la economía de mercado, a la cual los países del Este han tenido que sumarse, dando así paso a una transición no contemplada en los manuales de marxismo-leninismo: el tránsito del socialismo al capitalismo, o ¿no será una mutua dependencia?

La unificación alemana

En el marco de esa vuelta al capitalismo de los antiguos países del "socialismo real", el caso más llamativo fue el de la ex República Democrática Alemana (RDA). Prácticamente, aparte de la RDA, todos los países ex socialistas del Este -y las repúblicas que antes integraron la URSS- tuvieron que volcarse al capitalismo como naciones independientes; aquélla lo hizo de una forma particular, es decir, no como una nación independiente, sino unificándose con la República Federal Alemana (RFA). Así, los habitantes de la ex RDA de pronto vieron a disposición suya, pese a los elevados niveles de desempleo que trajo consigo integrar sus industrias obsoletas al mercado capitalista y a la pérdida de la seguridad social básica de la que habían gozado, el mundo de las libertades civiles que tanto habían deseado y que, tras la caída del muro de Berlín, o muro de la vergüenza, el jueves 9 de noviembre de 1989, ya nadie les podía negar. Por su parte, la RFA tuvo que desembolsar importantes recursos financieros para evitar no sólo una explosión popular en su nuevo territorio, sino, también, las migraciones masivas de alemanes orientales que seguramente no se harían esperar.

El experimento alemán fue afortunado, pues de hecho la economía de la Alemania unificada no sólo es la más fuerte de la Unión Europea, sino, además, una de las más poderosas a nivel mundial. De este modo, si era una novedad que países ex socialistas se abocaran hacia el capitalismo, más llamativo resultó que un país ex socialista se integrara a otro capitalista -con los costos sociales que ello necesariamente trajo consigo- y que el desarrollo económico no se hiciera esperar. No se trata de una convivencia, en un mismo país, entre dos modelos económicos distintos, sino de la absorción de uno por el otro -el socialista por el capitalista-, cuyos resultados parecen estar favoreciendo al conjunto de la economía alemana y a la mayor parte de sus ciudadanos.

Aunque por lo que he podido comprobar buena parte de la población del Este, visto lo que ofrece el "soñado" Oeste, como que no les gusta como les venden la moto del consumismo, mantienen sus ideas socialistas, pero en plena convivencia democrática con total libertad de expresión y movimiento -que era lo que querían-; aparece entonces un nuevo muro pero en este caso psicológico.

Pero, sin tan buena coyuntura, los demás países ex socialistas, por el contrario, se las están habiendo con un panorama sombrío, pues ni avanzan en la consolidación de la democracia política ni logran hacer arrancar esa maquinaria de mercado que, presumiblemente, les traerá la bonanza económica y el bienestar social. Continúan mareándose con las luchas por el poder.

China y Hong Kong

Un caso todavía más sorprendente de la redefinición de las relaciones entre socialismo y capitalismo lo constituye la República Popular de China que recientemente incorporó a su jurisdicción a Hong Kong; territorio que durante más de cien años estuvo bajo la tutela británica. Estamos ante un experimento social, económico y político totalmente distinto al de la unificación alemana: China, un país bajo un régimen socialista, ha incorporado a su órbita de influencia a Hong Kong -uno de los "tigres asiáticos"-, expresión de las mejores fuerzas y tendencias del capitalismo moderno. Es decir, estamos ante la unificación de una sociedad capitalista con una sociedad socialista, en la que es esta última la que predomina. La primera con una dinámica empresarial bien cimentada y la aceptación de la democracia política como método de resolución de conflictos; la segunda con una economía de mercado fomentada por un Estado controlado por la burocracia del partido comunista y -como lo demostró la masacre de Tiananmen- sin libertades civiles y políticas para los ciudadanos.

Se trata de dos esquemas políticos distintos, los cuales, eso sí, tienen como elemento común la aceptación por parte de sus dirigentes de la economía de mercado. Asimismo, si bien Hong Kong puede ser considerado como capitalista, China no puede ser considerada, sin más, como una nación socialista (o por lo menos como el socialismo soñado por Mao Tse Tung), ya que aceptar la lógica del mercado, por más que la misma sea fomentada por un régimen no democrático, introduce tendencias sociales y comportamientos que tarde o temprano tienden a socavar los patrones totalitarios propios de sistemas políticos como el chino. Además, con la incorporación de Hong Kong, es previsible que en China la lógica del mercado se profundice y gane mayor aceptación en la sociedad, con lo cual tampoco sería de extrañar que ganaran presencia las prácticas democráticas vigentes en ese "tigre asiático".

Si en la unificación alemana la lógica de mercado está terminando de derrumbar lo que quedaba de socialismo en su parte Este, en China la dinámica de mercado proveniente de Hong Kong puede contribuir decisivamente no sólo a fortalecer su economía, sino a "democratizar" su régimen político al incluir el poderoso voto del dinero. Esto es lo mejor que le puede pasar a ese gigante, cuyos ciudadanos han clamado, en más de una ocasión, por la vigencia de libertades democráticas mínimas. Lo peor que le puede pasar es que sus dirigentes -la Nomenklatura- sigan empecinados en desarrollar una economía de mercado fuerte y competitiva, pero bajo un régimen antidemocrático. Si esta fuera la tendencia, los habitantes de Hong Kong perderían muchos de los que en occidente se tienen como derechos inalienables; y quien sabe si ello, además, iría en detrimento de las energías empresariales que han caracterizado a sus capitalistas. Se abortaría, pues, la posibilidad de que Hong Kong dinamizara económica y políticamente a China.

Los teóricos de la política han insistido hasta la saciedad en lo difícil que es la convivencia entre un sistema económico de mercado y un régimen político no democrático. Se ha abundado en la idea de que una economía de mercado se expande y florece con mayor éxito en aquellos países en los que la democracia política se ha consolidado. En realidad, sin embargo, no siempre una y otra han ido de la mano; o por lo menos la primera no siempre ha supuesto -aunque lo inverso sí haya sucedido- a la segunda. El experimento chino, si continúa la profundización del mercado, puede ilustrar mucho acerca de los caminos posibles de esa convivencia. Si se aborta esa profundización -es decir, si se vuelve por los derroteros de la economía centralizada- es casi seguro que la democratización política va a estar más lejana en China y que Hong Kong va a pagar enormes costos a raíz de su integración al país socialista.

Como quiera que sea, estamos ante un fenómeno absolutamente novedoso, como otros muchos con los que el siglo XX llegó a su fin. Se derrumbó el socialismo real, una sociedad capitalista -la RFA- absorbió a una socialista -la RDA- y una socialista -la china- está absorbiendo a una capitalista -Hong Kong-. El alcance de esas transformaciones no está del todo claro, pero lo que sí se puede sostener es que, tras casi un siglo de lucha a muerte, lo que queda del socialismo realmente existente tiene que convivir -y si quiere sobrevivir- con el capitalismo. Y, paradójicamente, en el caso de China, tienen que hacerlo bajo el mismo techo.

(Agradecimientos a la Universidad Centroamericana)

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